¿Cómo puede ayudarte la piscología económica en tus decisiones de inversión?

 

 

Comprar, vender, diversificar… son decisiones a las que cada día se enfrenta el inversor. La Teoría de la Cartera Moderna (Modern Portfolio Theory o MPT en sus siglas en inglés) basada en la racionalidad de los inversores y la hipotética eficiencia de los mercados, resolvería – en la teoría – cómo se deben abordar cada una de las decisiones mencionadas. Sin embargo, la realidad difiere sobremanera de los postulados racionales que la MPT sostiene. La psicología económica o economía conductual, intenta explicar en qué aspectos y por qué la realidad dista de algunos aspectos relevantes de lo que predice la MPT.

La piscología económica estudia el comportamiento de los inversores para definir a partir de lo observado pautas de conducta, sesgos y patrones de comportamiento que ayudan a detectar errores recurrentes a la hora de tomar decisiones de inversión y, en su caso, a corregirlos.

Para ello, la psicología económica parte de otras disciplinas como la sociología, la antropología y la psicología. La materia ha cobrado especial relevancia con ocasión de la concesión, en 2017, del Premio Nobel de Economía al economista Richard H. Thaler por su contribución a la economía del comportamiento, esto es, básicamente, la incorporación de la psicología a la ciencias económicas.

Tres son las variables que Thaler ha estudiado y que rastrean comportamientos no racionales que influyen en la manera en que las personas tomamos nuestras decisiones. Comportamientos que, por tanto, influyen en el funcionamiento de los mercados, entre ellos los de productos e instrumentos financieros. Esas variables son

  1. la racionalidad limitada
  2. la percepción de la justicia y
  3. la falta de autocontrol

En lo que se refiere al concepto de racionalidad limitada, Thaler ha desarrollado la teoría de la contabilidad mental, que nos muestra cómo, ante una decisión financiera, como por ejemplo sería la decisión de suscribir un crédito, no analizamos “racionalmente” toda la información ya que nos movemos por una necesidad inmediata e “irracional”, que es la de disponer de dinero, y cómo este comportamiento puede llevarnos a la bancarrota. Esta teoría se puede aplicar también a las inversiones y ayuda a explicar cómo nuestra aversión a las pérdidas nos hace mantener una inversión (por ejemplo, en acciones) ante la esperanza de que se recupere su valor comportándonos o asumiendo decisiones que no han sido tomadas siguiendo el principio de racionalidad.

En relación a las preferencias sociales, su investigación teórica y experimental sobre la justicia ha sido relevante. Ha señalado como la preocupación del consumidor en relación a la justicia puede hacer, por ejemplo, que las empresas decidan no subir los precios en momentos de más demanda, pero no dejen de hacerlo cuando suben los costes. Por ejemplo, en los días lluviosos, la demanda de paraguas aumenta, por lo que los vendedores tendrían un incentivo para aumentar su precio. Sin embargo, una subida excesiva del coste de este producto, provocaría el efecto contrario. Los consumidores pensarían que la empresa se está aprovechando de ellos y la boicotearían por intentar explotar una situación que le es favorable.

La tercera variable, la ausencia de autocontrol, ha arrojado luz sobre lo difícil que es cumplir los planes que hacemos a largo plazo. Según Thaler, las personas tienen problemas a la hora de planificar a largo plazo ya que suelen sucumbir a las tentaciones a corto plazo. Esta es la razón por la que fallan los planes para ahorrar de cara a la jubilación o llevar una vida más saludable. La solución que propone el nuevo Nobel de Economía a esta falta de autocontrol, es lo que se conoce como “teoría del empujón”: hay que diseñar políticas que ayuden en la toma de decisiones a las personas y que sirvan como una guía para alcanzar la vida que desean. En el caso de la jubilación, Thaler defiende que las instituciones ayuden a las personas a ahorrar con pequeños estímulos o ‘empujones’ que les lleven en la dirección correcta. Un ejemplo de estos estímulos podrían ser, según el Nobel, los planes de pensiones recogidos en la nómina.

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Cristina Bartés

Chief Operating Officer

 

DISCLAIMER: La información y opiniones del presente artículo tienen carácter informativo, sin intención de influir en cualquier decisión comercial y no representan una recomendación personalizada de inversión ni de asesoramiento, dado que no se ha tenido en cuenta la situación financiera, los objetivos de inversión u otras necesidades personales de ningún inversor en particular y no constituyen ni pueden interpretarse como una oferta, invitación o incitación para la venta, compra o suscripción de valores, productos o servicios financieros, ni su contenido constituirá base de ningún contrato, compromiso o decisión de cualquier tipo. Su finalidad es mantener informados a los clientes de Aston Dealers® Business Academy sobre noticias o información correspondiente a los mercados financieros y por tanto los destinatarios de la presente comunicación deben consultar con sus propios asesores legales, fiscales o de cualquier otro tipo sobre las implicaciones de invertir en cualquiera de los productos o activos, que en su caso, se mencionen en el artículo.

 

La falacia del coste hundido

 

El avión supersónico Concorde

La falacia del coste hundido, también llamada falacia Concorde, debe su nombre al avión supersónico de transporte de pasajeros “Concorde”, que estuvo en servicio entre los años 1976 y 2003. Fue construido a partir de los trabajos conjuntos de los fabricantes British Aircraft Corporation (británico) y Aérospatiale (francés) y su característica principal era que podía llegar a los destinos en la mitad de tiempo que un avión comercial convencional debido a su velocidad supersónica. Su velocidad máxima era de 2.179 km/h, duplicando prácticamente la velocidad del sonido (1.235,5 km/h).

Este avión era casi perfecto, pero le fallaba un elemento fundamental: el coste operacional de esta aeronave era tan alto, que superaba con creces los ingresos. Su baño de pintura blanca era dos veces más reflectante de lo habitual y ello permitía rebajar las altas temperaturas por el rozamiento del aire a la velocidad supersónica. Tenía en su parte delantera una especie de pico que se vio en la necesidad de rebajarse para permitir la visión de los pilotos.

Además, sus costes de producción eran inalcanzables para la mayoría de empresas. Fabricar un Concorde costaba lo mismo que tres Boeing 747. Otro problema era el alto consumo de combustible que necesitaba para volar, pues era 4 veces más elevado que el resto de aeronaves. Por otro lado, solamente podía transportar 144 pasajeros, originando que el coste de un ticket de ida y vuelta alcanzara los 10.000 dólares en la época, estrechando su target a niveles muy altos. A mayor abundamiento, el 25 de Julio del año 2000, el Concorde sufrió un trágico accidente: el vuelo 4590 de Air France se estrelló en Gonesse (Francia) provocando la muerte de los 100 pasajeros de la nave, nueve tripulantes y cuatro personas en tierra. Se dice que allí también falleció este modelo de aeronave, convirtiéndose en uno de los grandes fracasos de la aeronáutica.

Lo que sintieron sus creadores e impulsores ilustra el tema de este artículo: la falacia del coste hundido.

 

 

La falacia del coste hundido

La falacia del coste hundido es un sesgo conductual, es decir, un efecto psicológico que produce una desviación en el procesamiento de la información. Tiene que ver con lo que ocurre cuando se invierten grandes esfuerzos y recursos por hacer realidad un proyecto y luego se hace todo lo humanamente posible habido y por haber por mantenerlo a flote, a pesar de que existan evidencias que muestran que ese proyecto es, en la realidad, inviable. 

La falacia del coste hundido también podría definirse como un proceso de negación frente a una pérdida inminente. Aplica, como en el caso del Concorde, a proyectos empresariales, pero también a otros aspectos de nuestra vida: temas laborales, relaciones con familiares, amigos y parejas, proyectos empresariales, planes personales de futuro e inversiones por supuesto.

El sesgo está en la incapacidad de reconocer la derrota a tiempo y, en lugar de ello, insistir hasta el cansancio en mantener la idea y la expectativa inicial.

La forma de convencernos para seguir invirtiendo en un proyecto con valor presente negativo es la que se expresa en frases como: “si hemos llegado hasta aquí, tenemos que continuar” o “si no seguimos hasta el final, todo el esfuerzo habrá sido en vano”. Pensad en un jugador de casino que interpreta que si ha perdido en muchas rondas seguidas, podrá recuperar lo perdido doblando su apuesta, convencido de que su suerte cambiará inminentemente. Incurrimos en la falacia del Concorde porque no consideramos las pérdidas pasadas como definitivas, sino como reversibles.

 

Aprender a perder

Volvamos al inicio. Las compañías aeronáuticas no hacen inversiones tan cuantiosas en un proyecto como en el caso del Concorde, sin antes evaluar muy bien la situación. No obstante, hasta en esos casos se producen fallos: aspectos que se pasan por alto, previsiones mal construidas o circunstancias fortuitas que no se han contemplado y no se podían incluso prever. En pocas palabras, ningún proyecto, personal, laboral o empresarial tiene total garantía de éxito.

Lo mismo ocurre en trading e inversiones: nuestro análisis técnico puede ser impecable, y sin embargo, no generarnos beneficios, porque existen elementos propios del análisis fundamental que no podemos prever o controlar. ¿Quién pudo prever la propagación de un virus a nivel mundial? Si en este contexto, nos aferramos en querer tener la razón en nuestro estudio, y dejamos correr las pérdidas a la espera de un giro en el mercado, es muy probable que de allí en adelante se inicie una cadena de nuevas pérdidas motivada por un deseo tan humano como visceral de querer recuperar lo perdido.

Cerrar una operación que genera pérdidas requiere de mucha valentía, puesto que implica reconocer el error -con todas las implicaciones que esto tiene en relación con nuestro ego- y asumir que de la misma manera que uno es valiente para empezar un proyecto, también lo es para abandonarlo cuando ha llegado el momento, evitando así la prolongación innecesaria y perjudicial, de querer hacer funcionar lo que no funciona.

Recuerda:

Resistirte a perder es entrar en un callejón sin salida. La actitud más inteligente frente a un error es aprender de él y pasar página.

 

Cristina Bartés

Chief Operating Officer

 

DISCLAIMER: La información y opiniones del presente artículo tienen carácter informativo, sin intención de influir en cualquier decisión comercial y no representan una recomendación personalizada de inversión ni de asesoramiento, dado que no se ha tenido en cuenta la situación financiera, los objetivos de inversión u otras necesidades personales de ningún inversor en particular y no constituyen ni pueden interpretarse como una oferta, invitación o incitación para la venta, compra o suscripción de valores, productos o servicios financieros, ni su contenido constituirá base de ningún contrato, compromiso o decisión de cualquier tipo. Su finalidad es mantener informados a los clientes de Aston Dealers® Business Academy sobre noticias o información correspondiente a los mercados financieros y por tanto los destinatarios de la presente comunicación deben consultar con sus propios asesores legales, fiscales o de cualquier otro tipo sobre las implicaciones de invertir en cualquiera de los productos o activos, que en su caso, se mencionen en el artículo.

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