El miedo en el trading

 

 

 

 

 

Antes de abrir una posición, podemos distinguir dos tipos de miedo: Por un lado, miedo a que se nos escape un buen precio de entrada al mercado, lo cual está muy vinculado con el famoso síndrome “Fear Of Missing Out”. Por otro lado, miedo a cerrar la operación en negativo, es decir, perder dinero en la operación, porque recordamos, por ejemplo, antiguas malas experiencias y no queremos que se repitan de nuevo.

La buena noticia es que ambos miedos pueden ser de alguna forma mitigados, en la medida en que hablamos de predisposiciones emocionales que uno tiene y que puede gestionar con consciencia y trazo fino. Así pues, el miedo relativo a que se nos vaya el precio deberá cubrirlo nuestra planificación estratégica o trading plan, el cual nos especificará precios y motivos de entrada al mercado bajo el paraguas de un sistema. En cuanto al miedo a perder dinero se refiere, la solución la encontramos en un adecuado money management, en virtud del cual, fijaremos cuánto dinero estamos dispuestos a perder de acuerdo con el capital que tengamos depositado en nuestra cuenta. Queda por lo tanto bien gestionado el miedo si fijamos la cantidad máxima que estamos dispuestos a perder y efectivamente, trasladamos esa cantidad con un stoploss.

Durante la operación, observamos errores frecuentes que tienen como causa el miedo. Así por ejemplo, solemos cerrar la posición antes de que salte el stop como reacción o instinto de evitar más pérdidas, así como también cerramos posición antes de que toque el take profit por si el mercado se da la vuelta antes de tiempo, cortando así la posibilidad de mayores beneficios. En finanzas conductuales, este miedo recibe el nombre de “efecto disposición” y afecta tanto a los inversores particulares como a los institucionales.

De la misma manera que antes de la operación, podemos gestionar nuestros miedos con un trading plan, los errores que suelen producirse durante una operación, pueden ser mitigados nuevamente con un sistema claro de entradas y salidas. La idea fundamental que yace en esto es que no podemos permitir como inversores que sea el mercado quién decida la suerte de nuestras operaciones, sino que somos nosotros los que cogemos las riendas del asunto y nos enfocamos a marcar los límites de pérdidas, recogida de beneficios y cotizaciones de precio de entrada.

Otra posibilidad de empequeñecer el efecto disposición comentado es dominando los conceptos de Análisis Técnico, para que tengamos la suficiente confianza en nosotros mismos y la suficiente experiencia como para estar tranquilos y seguros de que nuestra operación tiene los fundamentos técnicos que tiene que tener, con independencia de lo que haga después del precio, que eso, ya sabemos, que no se puede prever ni controlar.

Después de la operación, es decir, cuando ya la hemos cerrado, debemos considerar la tolerancia a la frustración, es decir, la gestión del miedo a equivocarse. Pensemos por ejemplo en un sistema que acierta un 10% de las veces, con una ganancia media de 1.000 euros y una pérdida media de 5 euros. Es decir, no para de equivocarse en el sentido de las operaciones, pero por la esperanza matemática del sistema es muy positiva. Es un sistema claramente ganador. La pregunta es, ¿podríamos soportar psicológicamente equivocarnos en 9 de cada 10 operaciones? Más de uno se sentiría un fracasado.

En coaching financiero trabajamos una distinción del lenguaje interesante para el mundo de las inversiones, pero también para la vida. Se trata del sentido de las palabras error versus fracaso. ¿Qué significa exactamente cuando alguien interpreta un error que ha cometido como un fracaso? ¿Son error y fracaso lo mismo?

En primer lugar, es fundamental detectar que cuando un error se vive como un fracaso, ese error se está llevando al SER, no al HACER, es decir, se lleva a lo personal, no se interpreta como un hecho puntual, sino que se hacen juicios negativos y generalistas de la persona como tal y no de lo que ha hecho. De esta manera, no es lo mismo decir “Soy tonto” (SER) a “He hecho una tontería” (HACER). El tema se pone más serio cuando, por consecuencia de decirnos a nosotros mismos que somos tontos, rematamos el asunto sentenciando que “yo no sirvo para esto”. Déjame decirte que tú sirves para esto y para todo lo que te propongas, porque si de algo estamos convencidos los que creemos en ti, es que eres capaz, válido y merecedor de conseguir tus objetivos. Pero tus objetivos, como el de cualquiera persona común y normal, tienen un precio que se llama esfuerzo, disciplina, constancia, resiliencia. Es el precio del crecimiento personal.

En segundo lugar, el miedo a cometer errores nos lleva al estancamiento, a la no acción, que es peor que el haberlo intentado aunque nos hayamos equivocado. Porque sin intento no hay aprendizaje. No en vano se dice que el miedo paraliza. El miedo hace que la persona, temerosa de equivocarse, apenas tome decisiones, o que las que tome sean siempre de poco riesgo, no innove, y consulte hasta el menor detalle.

En tercer lugar, destacar que una tercera consecuencia de interpretar el error como fracaso puede ser que la persona oculte el error, no lo reconozca, con el fin de mantener su autoestima o su identidad pública a salvo, ya que teme no ya los juicios negativos propios, sino los de otros.

Por lo tanto, asumir el error como fracaso conlleva dificultades para tomar decisiones, para innovar, para reconocerlo ante otros, y sobre todo quita una oportunidad magnífica para aprender.

A nivel emocional, es más sano asumir el error sin poner en la mochila que todos llevamos la piedra del qué dirán o pensarán de mi, sin la piedra de que todo lo que tengo que hacer perfecto y me tiene que salir perfecto, sin la presión de que no puedo equivocarme. Y con esto no quiero introducir a mis lectores al viva la pepa. Se trata de buscar la excelencia desde el ángulo cándido y no clavándose uno la obtusa. Analizaremos por tanto el error preguntándonos por qué no ha salido nuestra operación o nuestro cometido como esperábamos, tomaremos medidas para que no vuelva a pasar, y en este proceso se producirá el aprendizaje. Si además la persona ha cometido el error no intenta responsabilizar a otros de lo que ha salido mal (el mercado, la mala suerte, en definitiva “el otro”), sino que asume su papel en lo que ha sucedido, el aprendizaje será profundo, y difícilmente reincidiremos.

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