La trampa de la autocomplacencia en las inversiones

¿Crees que tus amigos, compañeros de trabajo o familiares te definirían con las mismas palabras que lo harías tú? ¿Crees que tu forma de definirte es real y objetiva o, por el contrario, incluye algún sesgo?

Cuando los éxitos que conseguimos nos los atribuimos a nosotros y a nuestras habilidades, pero los fracasos los descargamos en los demás (el mercado, el ordenador, el Covid19, la elección de un nuevo presidente en EEUU, etc.) estamos ante el llamado sesgo de la autocomplacencia.

En virtud de este sesgo, no reconocemos nuestros errores, y ni mucho menos, aprendemos de ellos, sino que hacemos responsable de nuestros desastres a circunstancias ajenas, delegando la responsabilidad de nuestras decisiones a la mala suerte o a los demás.

No obstante, en el caso de que nos suceda algo bueno, aunque no haya sido producto atribuible a nosotros, adjudicamos ese resultado exitoso a nuestras propias habilidades o capacidad, alimentando así nuestro ego y sensación de éxito. De ahí las expresiones de “he aprobado el examen” versus “me ha suspendido el profesor”.

Te propongo un ejercicio: cada vez que algo falle o no salga como esperamos – en vez de culpar a los demás – nos preguntemos:

  • ¿Qué parte de responsabilidad tengo yo en lo que ha pasado?
  • ¿En qué he podido fallar?
  • ¿Qué es lo que puedo mejorar o cambiar para no volver a tener las mismas consecuencias?

El sesgo de la autocomplacencia tiene mucho que ver con nuestra propia autoestima, lo cual conduce a que no todo el mundo viva este sesgo de la misma manera.  Las personas con una autoestima fuerte, acompañada de una buena dosis de optimismo y ego, son más propensos a sufrir este sesgo conductual a diferencia de una persona, por ejemplo, que tiene un diagnóstico clínico de depresión. Estas personas diagnosticadas con depresión son más que sinceras consigo mismas, hasta tal extremo que esa visión de sí mismas les reporta efectos nocivos para su salud y bienestar emocionales.

Una dosis de optimismo, por lo tanto, relacionada con un sano amor por uno mismo, tendría efectos positivos, es decir, favorables desde el punto de vista evolutivo. Me explico: existen estudios que muestran como las personas optimistas y que se auto valoran positivamente, en comparación con las pesimistas, tienen una vida más larga, mayor probabilidad de sobrevivir un tumor, menor riesgo de sufrir ciertas enfermedades, etc. Aunque parezca increíble, así es.

¿Dónde estaría, por lo tanto, el punto medio entre el narcicismo y la egolatría vesus su contario, que sería la desdicha de sentirse uno mismo? La balanza está en el concepto responsabilidad, entendida como el “hacerse cargo de”, es decir, coger las riendas de nuestra vida, asumir las consecuencias de nuestras decisiones, y ser parte activa de los resultados de nuestras acciones, tanto cuando los resultados son buenos como cuando no lo son tanto. Sacar pecho, en definitiva, a las buenas y a las maduras, sin la pena y el castigo del que es extremadamente exigente consigo mismo, ni la insensatez del que no asume ningún tipo de responsabilidad por las consecuencias de sus decisiones. 

Resulta interesante observar, como apunte final, cómo interactúa la variable responsabilidad con el miedo a fracasar. Por ejemplo, quién no ha visto a alguien – incluso a uno mismo – antes de jugar un partido de cualquier deporte, excusarse diciendo lo mucho que hace que no juega o que no está en el mejor momento de forma, o que le duele una rodilla. Actuando así, si perdemos el partido tenemos una excusa ya preavisada con antelación. No obstante, si ganamos el partido, disfrutamos doblemente, ya que lo hemos conseguido a pesar de todas las dificultades.

 

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